Navidad y Octava de navidad
Del 25 al 29 de diciembre de 2018
MARTES, 25 DE DICIEMBRE DE 2018
NATIVIDAD DEL SEÑOR
Ante un misterio
Oración introductoria
Ante la llegada de la Navidad, quiero ponerme en tu presencia para poder contemplar profundamente este gran misterio. Dame la gracia de ver lo que quieres que vea, escuchar lo que quieras que escuche y entender lo que Tú quieras que escuche.
Petición
Jesucristo, ayúdame a encontrar en estas palabras del Evangelio el sentido profundo de mi existencia.
Lectura del libro de Isaías (Is. 52,7-10)
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sion: «Tu Dios es rey!» Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sion. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Salmo (Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6)
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Lectura de la carta a los Hebreos (Heb. 1,1-6)
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y el será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»
Lectura del santo evangelio según san Juan (Jn. 1,1-18)
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Releemos el evangelio
San Basilio (c. 330-379)
monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia
Homilía sobre la santa generación de Cristo, 2.6; PG 31, 1459s
«Les ha dado el poder llegar a ser hijos de Dios»
¡Dios en la tierra! ¡Dios entre los hombres! Esta vez no promulga su Ley envuelto en rayos, al son de la trompeta, en un monte humeante, en la oscuridad de un viento terrorífico (Ex 19,16s), sino que, en un cuerpo humano conversa, de manera suave y pacífica, con sus hermanos de raza. ¡Dios en carne!… ¿Cómo puede la divinidad habitar en una carne? De la misma que el fuego habita al hierro, no sacándolo del lugar en el que arde, sino comunicándosele.
En efecto, el fuego no se echa encima del hierro, sino que ocupando el lugar de éste le comunica su poder. Haciendo esto no disminuye en absoluto sino que llena enteramente al hierro al cual se comunica. Igualmente, Dios, el Verbo, que «habitó entre nosotros», no salió de sí mismo. «El Verbo que se hizo carne» no fue sometido a ningún cambio; el cielo no quedó despojado de aquel que contenía y, sin embargo, la tierra acogió en su seno al que está en los cielos.
Penétrate bien de este misterio: Dios habita en la carne a fin de matar la muerte que se esconde en ella… «Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11), cuando «se levantó el sol de justicia» (Ml 3,20), «la muerte ha sido devorada en la victoria» (1C 15,54) porque no podía coexistir con la vida verdadera. ¡Oh profundidad de la bondad y del amor de Dios para con los hombres! Démosle gloria con los pastores, dancemos con los coros de los ángeles, porque «hoy nos ha nacido un Salvador que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,11-12). «El Señor Dios nos ilumina» (Sl 117,27), no bajo la forma de Dios, para no asustar nuestra debilidad, sino bajo la forma de siervo, a fin de proporcionar la libertad a los que estaban condenados a la servidumbre.
¿Quién tendría el corazón tan adormecido y tan indiferente para no alegrarse, exultar de gozo, irradiar júbilo ante este acontecimiento? Es una fiesta común a toda la creación. Todos deben contribuir a ella, que nadie se muestre ingrato. También nosotros elevemos nuestras voces para cantar nuestro gozo!
Palabras del Santo Padre Francisco
«Y luego se tuvieron que enfrentar quizás a lo más difícil: llegar a Belén y experimentar que era una tierra que no los esperaba, una tierra en la que para ellos no había lugar. Y precisamente allí, en esa desafiante realidad, María nos regaló al Emmanuel. El Hijo de Dios tuvo que nacer en un establo porque los suyos no tenían espacio para él. “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Y allí…, en medio de la oscuridad de una ciudad, que no tiene ni espacio ni lugar para el forastero que viene de lejos, en medio de la oscuridad de una ciudad en pleno movimiento y que en este caso pareciera que quiere construirse de espaldas a los otros, precisamente allí se enciende la chispa revolucionaria de la ternura de Dios.» (Homilía de S.S. Francisco, 24 de diciembre de 2017).
Meditación
La obscuridad de la noche revela una cueva en donde los rayos de la luna y las estrellas descubren un misterio. Mientras el universo queda pasmado, el cielo se regocija con este nuevo suceso.
Un suave llanto conmueve la creación entera, y atrae hacia sí la atención de todas las generaciones de la humanidad. Quizá las únicas palabras son el melodioso cantar de la madre que no deja de contemplar la maravilla que tiene entre sus brazos. Su mirada, dulce y profunda, reposa sobre los ojos risueños de su recién nacido.
Es la Palabra hecha carne que, sin poder pronunciar palabras, no deja de hablar en el lenguaje del amor. Es un momento para dejar de lado las preguntas, los razonamientos… y permanecer ante una escena, en donde somos espectadores de una señal de esperanza que se convierte en causa de alegría y gozo para el mundo entero.
La madre abraza a su hijo, por detrás el padre permanece admirando, maravillándose, asombrándose… Y yo, ¿dónde permanezco?
Oración final
Jerusalén, quítate el vestido de luto y aflicción
y vístete ya siempre con las galas de la gloria de Dios.
Envuélvete en el manto de la justicia divina
y adorna tu cabeza con la gloria del Eterno.
Porque Dios mostrará tu esplendor a toda la tierra
y te dará para siempre este nombre:
«Paz en la justicia y gloria en la piedad». (Baruc 5,1-3)
MIERCOLES, 26 DE DICIEMBRE DE 2018
SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR
Perseverar en el amor.
Oración introductoria
Señor, que en medio de la dificultad no aparte mi mirada de tu rostro.
Petición
Señor, dame un amor fuerte y valiente para ser testigo tuyo, incluso hasta el martirio.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (Hch. 6,8-10; 7,54-60)
En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró.
Salmo (Sal 30,3cd-4.6 y Sab 16bc-17)
A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (Mt. 10,17-22)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»
Releemos el evangelio
San Cesáreo de Arlés (470-543)
monje y obispo
Sermones al pueblo, nº 37
San Esteban, el primero en seguir los pasos de Cristo
“Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas” (1P 2,21). ¿Cuál es el ejemplo del Señor que hemos de seguir? ¿El de resucitar a los muertos? ¿El de caminar sobre las aguas? De ninguna manera, el ejemplo a seguir es el de ser suaves y humildes de corazón (Mt 11,29) y el de amar no solamente a los amigos sino incluso a los enemigos (Mt 5,44). “Para que sigáis sus huellas”, escribe san Pedro. El bienaventurado evangelista Juan dice también: “Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él” (1Jn 2,6) ¿Cómo lo ha hecho Cristo? En la cruz oró por sus enemigos diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
En efecto, han perdido el sentido y están poseídos de un mal espíritu, y es entonces que nos persiguen, y ellos mismos sufren, de parte del diablo, una persecución aún mayor. Por eso nosotros hemos de orar por su liberación y no por su condenación. Es lo que ha hecho el bienaventurado Esteban, él que fue el primero en seguir tan gloriosamente las huellas de Cristo. Porque, cuando fue apedreado, oró, en pié por él mismo; pero cuando oró por sus enemigos se puso de rodillas y gritó con todas sus fuerzas: “Señor Jesús, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60). Así pues, si pensamos que no podemos imitar a nuestro Señor, al menos imitemos al que fue su servidor como nosotros.
Palabras del Santo Padre Francisco
«A mí me conmueve tanto ver cómo Esteban hace ese largo recorrido para defenderse de los que le acusaban: no escuchaban y, al mismo tiempo, elegían las piedras para lapidarlo. Para ellos era más importante lapidar a Esteban que escuchar la verdad. Este es el drama de la avaricia humana: que también la avaricia es débil, porque este rey tiene ganas de muchas cosas, pero es un débil, y cuando ve que no puede va a la cama.
Es aquí donde está la crueldad de quien habla al oído y le dice qué debe hacer: destruir. Y así hemos visto a muchas personas destruidas por una comunicación malvada como esta que hizo la reina Jezabel: muchas personas, muchos países destruidos por dictaduras malvadas y calumniosas: pensemos, por ejemplo, en las dictaduras del siglo pasado.»
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de junio de 2018, en santa Marta).
Meditación
En cualquier lugar al que dirijamos nuestros ojos encontraremos dificultad. El mal y el bien cohabitan en el corazón del hombre caído, pero no puede ser así en el corazón del hombre redimido por Cristo. Es decir, si de verdad creo que Él ha venido al mundo no sólo para salvarlo, sino para salvarme –a mí, con mi nombre y mi historia– no puedo dejarme vencer por el mal.
Por eso los mártires, testigos del amor doliente de Cristo, no agachan la cabeza ante la adversidad. Aprendamos de su ejemplo. Es probable que a nosotros jamás nos toque enfrentarnos al riesgo de perder nuestra vida a causa de nuestra fe. Esto debe lanzarnos una pregunta obligada: ¿qué hago yo cuando el mundo me presenta algo distinto de lo que mi fe me propone?
Muchas veces caemos en el error de pensar que ser cristiano es tan sólo cumplir un número de preceptos que la Iglesia indica. Nada de eso. Quien actúa así, se comporta como un fariseo moderno, de ésos a los que Jesús acusaba de hipocresía. Ser cristiano es algo mucho más grande, porque ha costado la sangre del Hijo de Dios. Precisamente, ser cristiano es reconocerme como hijo del Padre Celestial y, en calidad de tal, cumplir por amor lo que su voluntad me invita a seguir.
Eso es lo que nos muestra san Esteban, quien no hizo más que proclamar públicamente su fe en que Cristo era el Mesías. Por esto lo condujeron fuera de la ciudad, para apedrearlo. Él no desistió de su fe. Por su perseverancia hasta el final, Dios le concedió ver los cielos abiertos y al Hijo del Hombre en toda su gloria. ¿Qué habrá experimentado Esteban al sentir la mirada de su Señor resucitado sobre él mientras se disponía a entregar su vida?
Por eso, cuando nos encontremos en medio de las olas que golpean nuestra pequeña barca –esas preocupaciones y problemas de cada día– recordemos que allá arriba tenemos alguien que ya ha surcado los mares traicioneros, y los ha conquistado para que nosotros no perezcamos. En esos momentos, basta sólo con alzar los ojos a Él, ofrecerle la prueba a la que nos vemos sometidos, y confiar que jamás nos abandonará
Oración final
En ti, Yahvé, me cobijo,
¡nunca quede defraudado!
¡Líbrame conforme a tu justicia,
tiende a mí tu oído, date prisa! (Sal 31,2-3)
JUEVES, 27 DE DICIEMBRE DE 2018
SAN JUAN. APÓSTOL Y EVANGELISTA
Salir, ver y creer.
Oración introductoria
Señor, dame la gracia de estar en tu presencia y abre mis oídos espirituales para poder escuchar con claridad tu Palabra que me da vida.
Petición
Jesús, ayúdame a experimentar y a trasmitir la grandeza de tu amor, como lo hizo el apóstol san Juan.
Comienzo de la primera carta del apóstol san Juan (1 Jn. 1,1-4)
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.
Salmo (Sal 96,1-2.5-6.11-12)
Alegraos, justos, con el Señor.
Lectura del santo evangelio según san Juan (Jn. 20,2-8)
El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Releemos el evangelio
San Agustín, obispo
Tratado sobre I Juan (1,1.3: PL 35,1978.1980)
La misma vida se ha manifestado en la carne
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida. ¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros?
Esta Palabra, que se hizo carne, para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María; pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo san Juan dice que existía desde el principio. Ved cómo concuerdan su carta y su evangelio, en el que hace poco oísteis: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios.
Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida.
¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.
Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.
Palabras del Santo Padre Francisco
«La fraternidad es el fruto de la Pascua de Cristo que, con su muerte y resurrección derrotó el pecado que separaba al hombre de Dios, al hombre de sí mismo, al hombre de sus hermanos. Pero nosotros sabemos que el pecado siempre separa, siempre hace enemistad. Jesús abatió el muro de división entre los hombres y restableció la paz, empezando a tejer la red de una nueva fraternidad. Es muy importante, en este tiempo nuestro, redescubrir la fraternidad, así como se vivía en las primeras comunidades cristianas. Redescubrir cómo dar espacio a Jesús que nunca separa, siempre une. No puede haber una verdadera comunión y un compromiso por el bien común y la justicia social sin la fraternidad y sin compartir. Sin un intercambio fraterno, no se puede crear una auténtica comunidad eclesial o civil: existe sólo un grupo de individuos motivados por sus propios intereses. Pero la fraternidad es una gracia que hace Jesús.» (Homilía de S.S. Francisco, 2 de abril de 2018).
Meditación
En el Evangelio de hoy vemos que resaltan tres verbos. Profundicemos en ellos:
1) Salieron: es la actitud de Juan, al que se refiere como «el otro discípulo». Es un apóstol joven y fuerte. Y como todo joven, le mete pasión a lo que hace. Cree en el maestro y constantemente lo busca, permaneció en el momento de la crucifixión y ahora va a confirmar que su Maestro está vivo. Hoy tenemos que salir, dejemos de estar dando vueltas en lo mismo. Salgamos porque Cristo ha resucitado, salgamos a buscar a Jesús porque está vivo. Sal, corre, camina, contagia la alegría de los cristianos, muéstrate alegre, jovial. Pon pasión a lo que haces, allí está tu fuerza.
2) Vio: hoy volvemos a ver a Jesús, tratamos de encontrarnos con Él; volvemos a encender esa llama que en un momento nos dio vida. Hoy las vendas están tiradas pero acomodadas. Lo que nos ata, o lo que nos ató, Cristo ya lo redimió. Con Él y el tiempo, todo quedará acomodado. Veamos a nuestro alrededor que hay luz, que caigan las vendas de nuestros ojos; miremos lo que somos, miremos al espejo y fijémonos que somos libres; no dejemos que nada ni nadie nos haga sus esclavos.
3) Creer: me encantó aquella frase del Papa «una fe sin crisis es una crisis de fe». El creer es un proceso y nosotros vamos haciendo un camino, no siempre vamos a estar al máximo en nuestra relación con Dios, habrá momentos que nos costará la oración y hasta incluso no tendremos ganas. Formemos nuestra fe, leamos la vida de los santos, estudiemos el catecismo, hablemos con alguien nuestras dudas. Eso es lo lindo que tenemos en nuestra fe, que se puede profundizar y explicar mucho. Es hacer teología. Pero vivamos, porque nuestra vida, la tuya y la mía, es creer para celebrar, celebrar para vivir y vivir para adorarlo.
Oración final
Los montes se derriten como cera,
ante el Dueño de toda la tierra;
los cielos proclaman su justicia,
los pueblos todos ven su gloria. (Sal 97,5-6)
VIERNES, 28 DE DICIEMBRE DE 2018
LOS SANTOS INOCENTES, MÁRTIRES
¿Qué piensa este hombre?
Oración introductoria
Después de la llegada de la Navidad, quiero ponerme en tu presencia para poder contemplar profundamente este gran misterio. Dame la gracia de ver lo que quieres que vea, escuchar lo que quieras que escuche y entender lo que Tú quieras que entienda.
Petición
Señor, te ofrezco toda mi vida, toma mi libertad y toda mi voluntad. Soy tuyo, a ti me entrego con todo lo que soy y lo que tengo.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1 Jn. 1,5–2,2)
Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Salmo (Sal 123,2-3.4-5.7b-8)
Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (2,13-18)
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto.» Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.»
Releemos el evangelio
San Quodvultdeus, obispo
Sermón 2 sobre el símbolo (PL 40,655)
Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo
Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y, para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en él, estaría seguro aquí en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.
¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.
Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida.
Palabras del Santo Padre Francisco
«¿Recuerdan lo que escribe san Mateo en su Evangelio, cuando nos cuenta que Herodes, en su locura, había decidido asesinar a Jesús recién nacido? ¿Cómo Dios le habló en sueños a san José, por medio de un ángel, y le confió a su cuidado y protección sus tesoros más valiosos: Jesús y María? Nos dice San Mateo que, apenas el ángel le habló, José obedeció inmediatamente e hizo cuanto Dios le había ordenado: “Se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto”. Estoy seguro de que así como san José protegió y defendió de los peligros a la Sagrada Familia, así también los defiende, los cuida y los acompaña a ustedes. Y con él, también Jesús y María, porque san José no puede estar sin Jesús y María.»
(Homilía de S.S. Francisco, 9 de septiembre de 2017).
Meditación
Acabamos de vivir el gozo del nacimiento de Jesús, en un ambiente de alegría y paz. Sin embargo, ahora nos encontramos en un momento diverso y contrastante. La luz que nos ha nacido se ve amenazada por las tinieblas del egoísmo y del odio.
¿Qué habrá pensado el hombre a quien Dios escogió para cuidar al recién nacido y a la madre? ¿Qué habrá pasado por su mente cuando de repente surgió una persecución contra su hijo, un bebé recién nacido? ¿Cuál habrá sido su reacción al ver la injusticia y el odio que llevó a la muerte de tantos inocentes?
Él, que había contemplado la bella escena de Belén unos días antes, ahora se ve envuelto en una situación delicada y amenazadora para su familia. Cuan difícil debió ser para san José esta situación, en donde la oscuridad parecía querer acabar con la luz. Sin embargo, con su fe y confianza en Dios salió adelante, recordando la misión que le había sido encomendada y todo lo vivido en esa noche en donde la luz entró al mundo con el nacimiento de Jesús.
De manera semejante, nuestra vida es un constante cambio entre la contemplación y la vida cotidiana; entre nuestra vida de oración y la realidad herida por el pecado; entre el mirar tranquilamente al niño Dios y el caminar entre la persecución que busca destruir el recuerdo de esta noche. A imitación de san José, vayamos por la vida recordando constantemente el gozo que hemos encontrado en aquella «Noche Buena».
Oración final
Nuestra ayuda es el nombre de Yahvé,
que hizo el cielo y la tierra. (Sal 124,8)
SÁBADO, 29 DE DICIEMBRE DE 2018
OCTAVA DE NAVIDAD
Cuando llegue el tiempo apropiado,
Dios te bendecirá con la gracia que necesitas.
Oración introductoria
Padre amado, Tú sabes cuánto me cuesta acercarme a Ti confiadamente. Tú sabes lo difícil que es mantener la esperanza contra toda esperanza, y sabes que, en la adversidad, no es fácil mantenerse firme. Te pido me ayudes a nunca caer en la desesperación y la falta de confianza en Ti; dame la gracia de siempre esperar en Ti como el niño que siempre espera en su padre. Yo sé que Tú vendrás en mi auxilio, ayúdame a no vacilar.
Petición
Señor, hazme comprender que cargar la cruz es el único modo de dar fruto para la vida eterna.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1 Jn. 2,3-11)
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo –lo cual es verdadero en él y en vosotros–, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Salmo (Salmo 95,1-2a.2b-3.5b-6)
Alégrese el cielo, goce la tierra.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (Lc. 2,22-35)
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, corno dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Releemos el evangelio
San Juan XXIII (1881-1963)
papa
Diario del alma, § 1958-1963
“Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”
Después de mi primera misa sobre la tumba de san Pedro, las manos del Santo Padre Pío X puestas sobre mi cabeza como bendición y buen augurio para mí y mi vida sacerdotal incipiente. Y después de medio siglo, he aquí mis propias manos extendidas sobre los católicos –y no solamente sobre los católicos- del mundo entero, en un gesto de paternidad universal… Como san Pedro y sus sucesores, se me ha encargado gobernar la Iglesia de Cristo toda entera, una santa, católica y apostólica.
Todas estas palabras son sagradas y sobrepasan, de manera inimaginable, toda exaltación personal; me dejan en la profundidad de mi nada, elevado a la sublimidad de un ministerio que prevalece sobre toda grandeza y toda dignidad humanas. Cuando el 28 de octubre de 1958, los cardenales de la santa Iglesia romana me designaron para llevar la responsabilidad del rebaño universal de Cristo Jesús, a mis setenta y siete años, se extendió la convicción de que yo sería un papa de transición.
En lugar de ello, heme aquí en vigilias de mi cuarto año de pontificado y con la perspectiva de un sólido programa a desarrollar ante el mundo entero que mira y espera. En cuanto a mí me encuentro como san Martín, que “no temo morir ni rechazo el vivir”. Debo estar presto a morir, incluso súbitamente, y a vivir todo el tiempo que al Señor le plazca dejarme aquí abajo. Sí, siempre. En el umbral de mis ochenta años, debo estar a punto: para morir o para vivir. Tanto en un caso como en el otro, debo velar por mi santificación. Puesto que por todas partes me llaman “Santo Padre”, como si fuera mi primer título, pues bien, debo y quiero serlo de verdad.
Palabras del Santo Padre Francisco
«Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor “en brazos”. No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual.» (Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2018).
Meditación
¿Cuántas veces nos ha pasado que nos encontramos a nosotros mismos quejándonos de que Dios no nos escucha, de que Dios no atiende nuestras plegarias? Vivimos inmersos en un mundo de lo inmediato, un mundo que nos empuja a creer que podemos obtener todo lo que queremos de manera instantánea, sin ningún esfuerzo o espera.
Con frecuencia nos estresamos o nos desesperamos cuando algo no sale del modo que queremos o en el momento deseado. ¿Alguna vez nos hemos estresado cuando la computadora no funciona tan rápido como quisiéramos? ¿Con qué frecuencia nos inquieta el no recibir una respuesta instantánea de un mensaje de WhatsApp que hemos enviado? Puede ser duro admitirlo, pero así es, vivimos agobiados por las cosas que no se nos conceden en el momento en que lo queremos.
Simeón había recibido una promesa de Dios, él vería al mesías antes de morir. Sin embargo, sus días estaban llegando a su final y parecía no haber indicio de la promesa divina. Sin embargo, Simeón era un hombre «justo y piadoso» y en él «moraba el Espíritu Santo»; Simeón era un hombre que sabía esperar y confiar en el Señor. Más de una vez se habría preguntado si aquella promesa se cumpliría; tal vez vaciló y tuvo sus caídas en algún momento, pero siempre supo renovar su amor y confianza en el Dios que nunca le había fallado.
Dios nunca falla, aunque parezca que se nos van los días, e incluso los años, sin una respuesta. Aunque parezca que no podemos esperar más por la solución a nuestros problemas, Dios siempre cumple con sus promesas. Pero nosotros debemos esperar confiadamente y estar abiertos. Qué error tan grande es el intentar buscar soluciones por nosotros mismos; muchas veces, por intentar resolver el problema, terminamos empeorándolo.
Sólo cuando nos ponemos en las manos de Dios y esperamos su respuesta es cuando, en verdad, podemos seguir adelante confiando en que vamos por el camino correcto y podremos «ir en paz, porque nuestros ojos han visto al Salvador.»
Oración final
¡Cantad a Yahvé un nuevo canto,
canta a Yahvé, tierra entera,
cantad a Yahvé, bendecid su nombre!
Anunciad su salvación día a día. (Sal 96,1-2)