Una vez más Madre Úrsula nos ha sorprendido en la celebración del 400 aniversario de su muerte. Ha estado preparándonos, durante todo este año, para que Dios hiciera cielo en nuestro corazón.
Nos hemos adentrado en la riqueza de nuestra teatinidad y nos hemos emocionado de nuestra vida consagrada teatina expresando la firme y sincera promesa de todas las Teatinas de renovar el sí profundo de hacerlo todo por amor.
El encuentro con Madre Úrsula ha sido una “revitalización” para nuestra Congregación. Madre Úrsula está allí, en Nápoles, no sólo enterrada, sino dándonos luz, indicándonos un camino a seguir, el de “hacer cielo en nuestra tierra”.
Es así como hemos bebido de las fuentes del carisma, nos hemos adentrado en sus caminos siempre renovados, nos hemos “dejado tocar” por Madre Úrsula y, al recorrer este “año santo” del 400 aniversario, hemos experimentado la cercanía de Dios y, al mismo tiempo, nos ha unido más a las hermanas. Hemos sentido la inquietud de “subir a la montaña”, hemos dejado que la santidad de la Venerable nos contagie y hemos dejado a los pies de nuestra Fundadora todo y a todos. Hemos sentido, una vez más, que Úrsula nos dice quiénes somos, qué somos. Nos hemos encontrado con nuestra identidad y nuestra razón de ser Teatinas.
Madre Úrsula encandila. Madre Úrsula convence. Madre Úrsula seduce y ese atractivo, sin ninguna duda, le viene de Dios. Una teatina es “seguidora de Madre Úrsula” porque ella siempre invita “a llegar a Dios, a elevar nuestra mirada a Él, a dirigir nuestro pasos hacia nuestro único bien”. Terminamos estos 400 años y empezamos el 401 más convencidas de que merece la pena apostar sólo por el Amor.
Así es como hemos vivido este venturoso año 2018: desde la reflexión, la oración, el encuentro fraterno y la alegría, tal como quería Madre Úrsula. Ahora nos toca, en cada una de las Comunidades, hacer sentir a cada hermana y a las personas que están entre nosotras, lo especial que es el amor de Dios y ser agradecidos por los bienes que nos concede cada día. Ojalá dejemos actuar a Dios en nuestras vidas y nos convirtamos en verdaderos testigos de su amor y su evangelio, anhelando en nuestros corazones y en cuantos nos rodean, al igual que Madre Úrsula, nuestro “trocito” de cielo.