IV Semana de Adviento

By 22 diciembre, 2018Liturgia

LECTIO DIVINA

IV Semana de Adviento

Del 23 al 24 de diciembre de 2018


DOMINGO, 23 DE DICIEMBRE DE 2018

El mejor regalo

 

Oración introductoria
Señor, ayúdame a conocer el motivo de mi felicidad.

Petición
María, Madre mía, ayúdame a imitarte hoy en el servicio.

Lectura de la profecía de Miqueas (Miq. 5,1-4)
Esto dice el Señor: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemorables. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz».

Salmo (Sal 79,2ac.3c.15-16.18-19)
Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Lectura de la carta a los Hebreos (Heb. 10,5-10)
Hermanos: Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí- para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad». Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas (Lc. 1,39-45)
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Releemos el evangelio
San Francisco de Sales (1567-1622)
obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia
In Ephata I, Le Sarment

“El Todopoderoso hizo en mí maravillas”

Lo propio del Espíritu Santo, cuando entra en un corazón, es echar fuera toda tibieza. Ama la prontitud y detesta las tardanzas en la ejecución de la voluntad de Dios… “María se puso en camino y se fue de prisa”… ¡Qué gracia colmó la casa de Zacarías cuando entró María!

Si Abrahán recibió tanta gracia por haber hospedado en su casa a tres ángeles de Dios, ¡cuántas bendiciones no caerían sobre la casa de Zacarías donde entró el ángel del gran consejo (Is 9,6), la verdadera arca de la alianza, el profeta de Dios, Nuestro Señor oculto en el seno de María! Toda la casa se llenó de alegría: el niño saltó, el padre recobró la vista, la madre fue llena de Espíritu Santo y recibió el don de la profecía. Al ver a Nuestra Señora entrar en su casa, exclamó: “… ¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?” Y María, escuchando lo que Isabel decía de ella, se humillaba y daba gloria a Dios por todo.

Confesando que toda su felicidad procedía de que Dios “había mirada la humildad de su sierva” entonó este bello y admirable canto del Magníficat. ¡Qué llenos de alegría deberíamos estar nosotros cuando nos visita este divino Salvador en el Santísimo Sacramento, en las gracias interiores y en las palabras que cada día dirige a nuestro corazón!

Palabras del Santo Padre Francisco

«María, cuando fue a ver a Isabel, no lo hizo como algo personal, fue como misionera. Fue como sierva del Señor que llevaba en su seno: de ella misma no dijo nada, solo llevó al Hijo y alabó al Señor. Una cosa es cierta: iba deprisa. Ella nos enseña esta fiel premura, esta espiritualidad de la urgencia. La prontitud de la fidelidad y de la adoración. No era ella la protagonista, sino la sierva del único protagonista de la misión. Y que esta imagen nos ayude.» (Discurso de S.S. Francisco, 1 de junio de 2018).

Meditación

Jamás le pedí un regalo a san Nicolás o a Papá Noel, siempre se los pedí al Niño Jesús, y jamás dejé de hacerlo. Siempre me gustaron los regalos, como a todo niño, pero todos los que podía tener eran inferiores al regalo que me iba a traer el Niño Jesús, porque era el regalo que yo esperaba desde hace tiempo, el regalo que yo deseaba, y sólo este regalo me haría la Navidad feliz.

Cuando María Santísima visita a su prima santa Isabel, san Juan Bautista salta de gozo porque el Niño Jesús ha llegado; el Niño Jesús le viene a dar su regalo, aquél que le hará su Navidad feliz. El Niño Jesús le regala a san Juan Bautista la cercanía de Dios.

La cercanía de Dios es el mejor regalo que un cristiano puede tener en la Navidad; no importan los demás regalos, coches, dinero, trabajo, etc., porque siempre son inferiores a la felicidad que nos da el estar cerca de Dios. María, teniendo al Niño Jesús en su seno, nos regala a nuestro Dios, y solamente la cercanía de Dios en nuestra vida, hará una Navidad feliz.

A pocos días de la Navidad hagamos una carta al Niño Jesús pidiéndole que venga a nuestra casa, que habite en nuestro corazón y haga de nuestra Navidad, una Navidad con Dios, una ¡feliz Navidad!

Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

 


LUNES, 24 DE DICIEMBRE DE 2018

El acto de amor que nos transforma

 

Oración introductoria
Señor, que concédeme la gracia y la fuerza de tu esperanza, para que mi fe aumente y mi amor por Ti y los demás.

Petición
Oh, Rey de la gloria, que todos mis pensamientos, palabras y obras de este día, sean mi bienvenida a tu llegada.

Lectura del segundo libro de Samuel (2 Sam. 7,1-5.8b-12.14a.16)
Cuando el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda». Natán dijo al rey: «Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo». Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán: «Ve y habla a mi siervo David: «Así dice el Señor: ¿Tú me va a construir una casa para morada mía? Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa. En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí; tu trono durará para siempre»».

Salmo (Sal 88)
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (Lc. 1,67-79)
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo: «“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza”
y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”, anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Releemos el evangelio
San Buenaventura (1221-1274)
franciscano, doctor de la Iglesia
El Árbol de la vida, ch I, §4
(Obras Espirituales, t. III, Sociedad. Francisco de Asís, 1932, pág.70-71)

Jesús nacido de María

Bajo el reino de Cesar Augusto, mientras el reposo silencioso de una paz universal calmaba los tiempos hasta entonces turbulentos, y permitía a ese príncipe promulgar la contabilización del universo entero, sucedió por los cuidados de la divina Providencia que José, esposo de la Virgen, condujo la joven mujer de raza Real, que iba a convertirse en madre, a la ciudad de Belén.

Y es así que nueve meses después de su concepción, el “rey pacífico” (1Cro 22,9), reveló sin ninguna alteración de parte de su madre cómo había sido concebido sin que alguna parte fuese dejada a la voluptuosidad, avanzó fuera del seno virginal, como “el esposo saliendo de la alcoba nupcial” (Sal 18,6). Aunque poderoso y rico, por amor a nosotros escogió hacerse pequeño y pobre (2 Cor 8,9), nacer fuera de su casa en una hostelería, ser envuelto en pobres pañales, ser alimentado de leche virginal y ser acostado en un pesebre entre un buey y un burro.

Es de este modo que se levantó para nosotros el día de la nueva redención, del reparo de los antiguos días y de la eterna felicidad: es entonces que para el mundo entero los cielos se hicieron dulces como la miel. También, abraza, oh alma mía, este divino pesebre para que se apliquen mis labios a besar los pies del Niño. Y después repasa en tu espíritu la vigilia de los pastores, admira el ejercito de los Ángeles que vienen, participa en las melodías celestiales y canta con tu boca y con tu corazón: “Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Palabras del Santo Padre Francisco

«Esta jornada inicia con la oración, para que la luz divina disipe las tinieblas del mundo. Ya hemos encendido, delante de san Nicolás, la “lámpara de una sola llama”, símbolo de la unicidad de la Iglesia. Juntos deseamos encender hoy una llama de esperanza. Que las lámparas que colocaremos sean signo de una luz que aun brilla en la noche. Los cristianos, de hecho, son luz del mundo, pero no solo cuando todo a su alrededor es radiante, sino también cuando, en los momentos oscuros de la historia, no se resignan a las tinieblas que todo lo envuelven y alimentan la mecha de la esperanza con el aceite de la oración y del amor. Porque, cuando se tienden las manos hacia el cielo en oración y se da la mano al hermano sin buscar el propio interés, arde y resplandece el fuego del Espíritu, Espíritu de unidad, Espíritu de paz.» (Homilía de S.S. Francisco, 7 de julio de 2018).

Meditación

En el Evangelio de hoy Zacarías, con sus palabras proféticas, iluminadas por el Espíritu Santo, expresa un profundo deseo e inquietud que moraba en el corazón de todo judío: la espera del tiempo de la salvación. Y ese recién nacido (san Juan Bautista) es testigo de esta espera y, al mismo tiempo, es portador de esperanza.

Esta espera aún hoy toca nuestras vidas. Nuestro corazón, a medida que crece y madura, experimenta, en su intimidad, una constante inquietud ante la balanza en la que el mundo se encuentra: el bien y el mal, las alegrías y las frustraciones, el bienestar y el dolor, la paz y el sufrimiento… Esta inquietud le impulsa a una búsqueda por diversos caminos. Búsqueda que se sintetiza en la búsqueda del sentido. Este sentido de sus vidas era lo que esperaban los judíos y Juan anunció su venida.

Esta noche celebramos el momento en el que las páginas de la historia cambiaron radicalmente y encontraron una transcendencia: el nacimiento de nuestro Señor, nuestro salvador y redentor. El verdadero Sentido, y no sólo eso, sino fundamento por el cual vale la pena vivir. Hoy somos testigos del acto de amor que transformó la humanidad y que transforma y responde a la inquietud más profunda de nuestro vivir: el sentido de la vida: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.» (San Agustín)

Oración final

Cantaré por siempre el amor de Yahvé,
anunciaré tu lealtad de edad en edad.
Dije: «Firme está por siempre el amor,
en ellos cimentada tu lealtad. (Sal 89,2-3)